TRIDUO PASCUAL

¡Hola a todos!

Hace varios días celebramos la semana santa, y con motivo de esto os traemos un post en el que exploramos los días más importantes de esta celebración, el Triduo Pascual, con curiosidades y reflexiones. Esperamos que lo disfrutéis mucho y os inspire en vuestra jornada espiritual.

La Semana Santa es santa en sí misma, es la semana más importante para los cristianos. El año litúrgico cristiano gira en torno a esta semana debido al misterio central que celebramos durante el Triduo Pascual. El Triduo Pascual comienza el jueves por la tarde y termina el domingo por la tarde, aunque aparentemente no nos salgan las cuentas es porque contamos de la forma que tenían de contar los judíos, contaban desde la tarde anterior. En la tradición judía, los días se contaban desde la tarde anterior, siguiendo el relato del Génesis en el que se dice: “Y fue la tarde y la mañana, un día”. Por lo tanto, la tarde precedente marca el inicio de un nuevo día. Este período de tres días, que abarca la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, es el corazón de la fe cristiana. La Semana Santa marca la culminación de la historia de la redención y la renovación espiritual, siendo así el punto focal del calendario litúrgico. 

Durante esta Semana Santa hemos podido acompañar a Jesús de distintas maneras, después de haber vivido de una forma festiva y triunfal el Domingo de Ramos, nos sumergíamos de otra forma, más humilde, en el dolor de Jesús, en su Pasión.

En estos días, hemos tenido la oportunidad de encontrarnos con Jesús y experimentar la comunión entre nosotros. Sin embargo, también era crucial no perder de vista la importancia del acompañamiento personal que Jesús nos animaba a realizar. Acompañarlo de manera cercana era lo que realmente iba a marcar la diferencia durante esta Semana Santa. Participar activamente en cada uno de los momentos significativos y bonitos junto a Él era fundamental.

Comenzábamos el Jueves Santo, con la celebración de la Última Cena, donde presenciamos la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como la manifestación, del mandamiento nuevo y antiguo del amor, en el lavatorio de los pies. También acompañamos a Jesús en la Hora Santa, en el Huerto de los Olivos, momento en el que fue arrestado esa misma noche.

El Viernes Santo conmemorábamos el juicio de Jesús ante Poncio Pilato, seguido de su reprobación, flagelación y coronación de espinas, marcando el inicio de su pasión. Participamos en los Oficios de la Pasión, donde revivimos el Vía Crucis, acompañándolo en su camino. Este día de ayuno y abstinencia, de penitencia especial, nos llevaba a experimentar su sufrimiento de una manera más íntima. Recordábamos la crucifixión de Jesús y conmemorábamos su muerte.

El Sábado Santo fue un día de profunda reflexión, donde veneramos la cruz y recordamos la sepultura de Jesús en un ambiente de silencio y espera. Este día, en particular, destaca por su densidad espiritual. Es un momento de espera silenciosa antes de la luz de la resurrección.

Por la noche, experimentamos la Solemne Vigilia Pascual, considerada la madre de todas las vigilias y misas. Fue una celebración muy bonita y muy significativa, donde Jesús nos unió como comunidad en un momento de profunda alegría. Lo que nos condujo finalmente al Domingo de Resurrección.

La historia de la salvación no se limita a un evento que le sucedió solo a Jesús; no hemos estado celebrando los misterios de su muerte, pasión y resurrección solo por Él, sino por nosotros. Él resucitó para que pudiéramos tener una nueva vida. Si hemos vivido esta Semana Santa de manera adecuada, debería haber transformado nuestra forma de vivir, llevándonos a una nueva manera de ser, una vida renovada.

 

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”».

Mc. 16 1-7 

La resurrección de Cristo nos libera del miedo. Así como las mujeres no tuvieron miedo de contar la buena nueva, nosotros también deberíamos vivir sin miedo. Al darle la espalda al sepulcro, permitimos que la resurrección nos eleve y somos capaces de ver con otra perspectiva las situaciones de nuestra vida. 

La misión de las mujeres era anunciárselo a los apóstoles, pues nosotros, confiando en el Espíritu Santo, también somos enviados en misión. Dios las escogió a ellas para ser “apóstoles” de los apóstoles, y con Jesús siempre delante de nosotros, dándonos seguridad y guiándonos en nuestros pasos, no tenemos por qué temer. 

En esta carta, el apóstol San Pablo nos hace reflexionar sobre la profundidad del significado de la resurrección de Cristo: 

¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. 

Romanos 6: 3-9 

San Pablo sabía que esta no era simplemente una experiencia individual de Jesús, sino que tenía implicaciones para cada uno de nosotros. Nos habla de una vida eterna que va más allá de nuestra comprensión habitual; una vida que ya poseemos si hemos muerto con Cristo, si hemos descendido con él a los infiernos, si hemos unido nuestras muertes a la suya. Nos recuerda que nuestra conexión con Cristo transforma nuestra existencia diaria. Cuando morimos con Cristo, cuando nuestro “hombre viejo” muere, comenzamos a experimentar la vida que Cristo nos ofrece. Esta realidad espiritual se manifiesta en nuestra vida cotidiana, y nos damos cuenta de que ya no vivimos dos vidas separadas, sino que estamos en Cristo, vivimos el cielo, vivimos como resucitados. Esta es la verdadera oportunidad que Cristo nos ofrece. Con Él, todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros, estaban presentes, y aun así nos amaba incondicionalmente. Esta es la mayor demostración de su amor por nosotros. Si nuestros pecados estaban con Él, con Él también recibimos vida. 

Es significativo que todo esto sucediera en el primer día de la semana, el domingo. Por lo tanto, podemos empezar la semana con una mentalidad renovada, llena de buen rollo, animados. El Domingo de Gloria marca el inicio de nuestra vida, de nuestra nueva vida ¿Qué oportunidad quieres que marque el inicio de tu nueva vida?